En 2013, tuvo un embarazo ectópico; un año después, un aborto repentino. En el tercero el bebé solo llegó al octavo mes. Pero la crisis fue resuelta gracias a un seguro médico.
Hace aproximadamente tres años, María José Samayoa andaba de compras en un centro comercial de carretera a El Salvador, cuando su instinto de madre la alertó sobre una problemática que se avecinaba y se extendería al menos por dos semanas.
Y no era para menos, haber tenido un embarazo ectópico y sufrir un aborto espontáneo con un año de diferencia, eran suficientes antecedentes para temer la pérdida de su hijo. Sin embargo, el tercer embarazo marchó bien hasta el octavo mes, pero la presión y la angustia rodeaban a su círculo familiar más cercano.
“Sentí malestares, y mi instinto de madre me indicó que no eran normales. El médico que me atendió lo confirmó: la frecuencia cardíaca y la respiración del bebé no eran al unísonas, por lo que tuvieron que intervenir de inmediato”, recordó entre sollozos.
Cuando la ingresaron, eran alrededor de las seis de la tarde. Hacia las 10 de la noche, su primer hijo recibía la bienvenida de todos los familiares que acudieron a la emergencia. Pero la sensación mágica de María José duró poco tiempo: el bebé no respiraba bien y se le hundía el pecho, por lo que fue llevado de inmediato a la sala de cuidados intensivos. A partir de ahí, comenzó la razón de este testimonial.
Hace tres años, al resultar embarazada por primera vez, no tenía ningún plan financiero contingencial para enfrentar cualquier vicisitud de la maternidad. Al quedar en cinta por segunda ocasión, comenzó a ahorrar, pero su objetivo eran el carruaje, la vestimenta y suplementos vitamínicos. En ningún momento, dibujó una emergencia de tal magnitud como la que le esperaba en la tercera oportunidad. Incluso, sus esperanzas por ser mamá eran muy pocas.
Antes de que naciera el bebé, y por sus lamentables experiencias, María José ya había adquirido un seguro médico, pero la póliza cubría menos de Q10,000; incluso, si hubiera tenido ahorrado el triple de esa cantidad, habría sido insuficiente.
“Mi hijo estuvo 15 días conectado a sondas y aparatos; lo atendían cinco médicos: un cardiólogo, un infectólogo, un pediatra, un neonatólogo y otro especialista. El gasto total fue de Q200,000… pero estaba tranquila. No tenía pena ni angustia porque contaba con el seguro médico”, hizo ver.
Pero de ese gran monto, María José solo pagó Q30,000, en parte por estar asegurada en la institución para la que trabaja. Además, hizo un reclamo para que le reintegraran alrededor de Q23,000. Sin embargo, al final, solo pagó alrededor de Q7,000, porque además contaba un beneficio de Q3,000.
"El seguro es como mi mamá: cuando no tengo dinero, me da lo que necesito. Me apoyó cuando yo estaba física y emocionalmente mal", refirió. Ante cualquier circunstancia de salud de su hijo -desde las vacunas hasta una complicación-, está cubierta.
Hoy emplea su situación como un ejemplo ante las personas que todavía no son parte de la cultura de seguros, incluso, les cuenta sobre las 12 cirugías que ha tenido su madre a lo largo de su vida y de cómo su esposo solo pagó Q4,000 por un tratamiento dental de Q15,000 porque ellos también tienen un seguro de salud.
"Si veo a embarazadas o a personas con enfermedades, les doy mi testimonio y experiencia vivida, además les comparto que en mi familia siempre hemos tenido seguros y que les hemos sacado provecho a todos los beneficios que nos permiten”, finalizó.